¡Qué inspirada
estoy! Debe ser mi incursión en Instagram.
Cuestión que esta
receta nace de la necesidad de no tirar comida. No es momento. Nunca
lo es.
La heladera de Nacho
enfrió más de lo normal y mi planta de rúcula recién comprada se
congeló y, por ende, ya no servía para ensaladas. Entonces pensé
en el pesto.
El pesto se puede
hacer de muchas verduras. El clásico lleva albahaca, nueces/piñones,
ajo, parmesano y oliva. Pero de ahí pueden derivar otras cositas.
También tiene una
versatilidad que permite que lo usemos, no solamente para pastas,
sino como aderezo de carnes, en tostaditas (que es como lo comimos
anoche), etc.
Les recomiendo mucho
mi receta de pesto de arvejas, está por ahí en la página de
Facebook y en el blog.
Este se hace así:
Mixeamos 250 gr de rúcula, un diente de ajo, dos cucharadas de queso
rallado, dos cucharadas de oliva y 50 gramos de almendras. Sal y
pimienta y listo. ¿No es genial? Y encima es bastante light, Gisela…
(Un día me va a leer la nutricionista y qué vergüenza)
Tuvimos el tupé:
los mismos de las pizzas.